Desde la noche de los tiempos, el ser humano es fruto de la escasez.
La falta de alimentos, refugios o tratamientos para las enfermedades han
dibujado su día a día durante miles de años. Solo hace pocas décadas
que vivimos en la sobreabundancia. Pero de pronto nos hemos despertado. Y
como en aquellos lejanos días, volvemos a preocuparnos por lo más
esencial, el agua; y por su carencia, que en España es un problema acuciante. La Comisión Europea advertía en marzo pasado
que grandes zonas de nuestro país reciben menos de 200 milímetros de
agua dulce al año, cuando la demanda es entre tres y diez veces
superior. Esto impacta en la población, pero también en la economía
española y en sus empresas. Sobre todo en aquellas que son muy
intensivas en el uso de este recurso. Pensemos en las agroalimentarias,
textiles, turísticas o químicas. Y si tenemos en cuenta que ya sufren
las consecuencias de un consumo anémico, ¿podrán sobrevivir a esta nueva
vuelta de tuerca?
Los expertos de KPMG lo resumen en seis concisas palabras: “Sin agua, ni producto ni negocios”.
Al fin y al cabo, este elemento interviene en los procesos de
producción de la mayoría de las industrias. La primera consecuencia es
que encarecerá sus artículos y servicios. Pero llegan las cuestiones. ¿Pagará el consumidor, una vez más, esta resaca económica del agua? ¿Qué empresas y cómo se verán más afectadas? ¿Tendrá una repercusión directa sobre la riqueza nacional?
No hay comentarios:
Publicar un comentario